Volar y Saltar
En una ciudad como cualquier otra
ciudad que existe en el Perú. Vive Raymi, el perro sin pelo. Y aunque ahora es
un perro muy inteligente y zagas, cuando era cachorrito era muy torpe y tenía
problemas al saltar, siempre se tropezaba con sus patitas y, en su torpeza,
terminaba golpeándose.
Entonces decidió que nunca más
iba a saltar, porque era difícil y cuando saltaba no solo le dolía el golpe al
caer, sino que sus hermanos se reían por que ellos si podían saltar.
Un día cuando llevaron a toda la
familia al parque, los hermanos de Raymi saltaban uno sobre otro, entre las
plantas y sobre todo lo que podían. Pero Raymi se quedó a la sombra, dormitando
aburrido y arrugando la nariz.
-
¿Por qué no estas saltando con los demás
cachorros? – le preguntó un pajarito que cayó a su lado.
-
Porque cuando salto me tropiezo y todos se ríen
– contestó triste
-
¿Y no practicas?
-
No – dijo haciéndose bolita
-
Yo soy Yaya – se presentó el pajarito caminando
hacia el árbol y empezando a subir con dificultad
-
Yo soy Raymi. ¿Qué haces? – preguntó curioso
-
Aprendo a volar – le contestó siguiendo con la
subida hasta que por fin llegó a la rama más cercana. Y tomando aire profundamente saltó y empezó a
batir las alas con todo lo que podía, pero ¡PLAF! Cayó al suelo.
-
Ouu… - se quejó el pajarito sacudiéndose y
empezando la subida una vez más.
Toda la mañana Raymi vio como el
pequeño pajarillo caía, subía y saltaba del árbol hasta que de pronto, justo
cuando volvía a quedarse dormido, los gritos de felicidad del pajarito lo
despertaron por completo
-¡Lo logré! Lo logré! – volaba
emocionado Yaya – ¡Y solo me tomó mil doscientos treinta y seis intentos! –
gritó pasando entre las orejas de Raymi.
Al ver a Yaya volando como si
hubiera nacido sabiendo, y por haber visto los intentos fallidos del pajarito
Raymi decidió que el también debía practicar, practicar y practicar. Porque si
Yaya podía volar, el podia saltar.
Cuando Raymi creció y se hizo un
perro adulto, su habilidad de saltar obstáculos muy altos le ayudó mucho a
ayudar a sus amigos del pueblo y nadie nunca supo lo mucho que tuvo que
practicar para lograrlo. Nadie, excepto Yaya.