1. Antonia
y los monstritos
Viajando por la selva, Antonia se
perdió.
Caminó y caminó buscando el
camino de retorno, pero como cualquier persona en la selva sabe, un árbol es
muy parecido al otro y si no sabes el camino, puedes ir a la derecha cuando
quieres ir a la izquierda.
Luego de mucho caminar llegó a un
pueblito con chocitas y gente sin zapatos.
-
¡Buenos días señorita! – saludó un niño.
-
¡Buenos días! – respondió Antonia. Y fue llevada con el jefe del pueblito, le
dijeron que ese día no podían ayudarla a regresar a la ciudad, y que tenía que
esperar un par de días para que la balsa llegue al rio.
En los días que siguió, Antonia vio
algo muy raro en la ciudad. Ningún niño hacia berrinche, o era mal
educado. Excepto por un solo día donde
vio lo siguiente.
Un niño de unos ocho años
caminaba con su mamá y la jalaba del brazo gritando y llorando porque quería
algo que la mamá no podía comprar. Todo parecería un berrinche normal de un
niño, y si hubiera estado en otro pueblito no le habría tomado atención, pero
no podía dejar de mirar a la madre y a su hijo, porque mientras gritaba el
niño, algo increíble sucedía. Su piel se tornó verde y agrietada, y su pelo se
hizo pajoso y sucio. Su nariz se retorció y sus uñas se pusieron amarillas. En
cuestión de minutos, ya no era un niño el que jalaba a la señora, era un
monstrito. La mamá se notaba cansada pero intentaba calmar al pequeño monstruo con
toda la paciencia que tenía. Pasaron los minutos, y a pesar de los intentos de
la mamá, el niño no regresaba a ser niño, al contrario, sus gritos eran más
fuertes y agitaba sus brazos y piernas, hasta que finalmente salió corriendo
empujando a todas las personas con las que se topaba hasta perderse en la
selva, dejando a su mamá llorando en medio de la calle.
Los niños en aquella ciudad se
tornaban monstruos cuando eran malcriados y hacían berrinche. No era cosa de un
día, le contó el brujo del pueblo, pasaba a lo largo de los años, a veces era
rápido, a veces tomaba un poco más de tiempo, dependiendo que tan malcriado era
el niño.
Al día siguiente llegó el bote
que regresó a Antonia a la ciudad, y desde aquel día, cada vez que veía un niño
haciendo un berrinche en la calle, recordaba a los niños monstritos que vio en
aquel viaje a la selva.
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