Pluma de Águila

Descancen un rato de la cotidianidad de la vida.

jueves, 19 de enero de 2017

Cuento 5

1.       Antonia y los monstritos

Viajando por la selva, Antonia se perdió.
Caminó y caminó buscando el camino de retorno, pero como cualquier persona en la selva sabe, un árbol es muy parecido al otro y si no sabes el camino, puedes ir a la derecha cuando quieres ir a la izquierda.
Luego de mucho caminar llegó a un pueblito con chocitas y gente sin zapatos.
-          ¡Buenos días señorita! – saludó un niño.
-          ¡Buenos días! – respondió Antonia.  Y fue llevada con el jefe del pueblito, le dijeron que ese día no podían ayudarla a regresar a la ciudad, y que tenía que esperar un par de días para que la balsa llegue al rio.
En los días que siguió, Antonia vio algo muy raro en la ciudad. Ningún niño hacia berrinche, o era mal educado.  Excepto por un solo día donde vio lo siguiente.
Un niño de unos ocho años caminaba con su mamá y la jalaba del brazo gritando y llorando porque quería algo que la mamá no podía comprar. Todo parecería un berrinche normal de un niño, y si hubiera estado en otro pueblito no le habría tomado atención, pero no podía dejar de mirar a la madre y a su hijo, porque mientras gritaba el niño, algo increíble sucedía. Su piel se tornó verde y agrietada, y su pelo se hizo pajoso y sucio. Su nariz se retorció y sus uñas se pusieron amarillas. En cuestión de minutos, ya no era un niño el que jalaba a la señora, era un monstrito. La mamá se notaba cansada pero intentaba calmar al pequeño monstruo con toda la paciencia que tenía. Pasaron los minutos, y a pesar de los intentos de la mamá, el niño no regresaba a ser niño, al contrario, sus gritos eran más fuertes y agitaba sus brazos y piernas, hasta que finalmente salió corriendo empujando a todas las personas con las que se topaba hasta perderse en la selva, dejando a su mamá llorando en medio de la calle.
Los niños en aquella ciudad se tornaban monstruos cuando eran malcriados y hacían berrinche. No era cosa de un día, le contó el brujo del pueblo, pasaba a lo largo de los años, a veces era rápido, a veces tomaba un poco más de tiempo, dependiendo que tan malcriado era el niño.

Al día siguiente llegó el bote que regresó a Antonia a la ciudad, y desde aquel día, cada vez que veía un niño haciendo un berrinche en la calle, recordaba a los niños monstritos que vio en aquel viaje a la selva.

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