Pluma de Águila

Descancen un rato de la cotidianidad de la vida.

jueves, 19 de enero de 2017

Cuento 7

1.       La niña del manantial

Cerca de una ciudad del centro del Perú existe un pequeño manantial de agua, hace años solía dar agua constantemente todo el año, y eso se debía a que en ese manantial vivía una pequeña, muy, muy pequeña niña, tan pequeña que apenas alcanzaba los diez centímetros de alto cuando se ponía en puntas de pie.  Pero esta niña no solo era pequeña, sino que también era muy triste, tan triste que cuando lloraba, el manantial se llenaba de agua y se formaban dos largos ríos.
Cuentan los nacidos en esa ciudad, que un día una vizcacha curiosa vio a la niña y con cuidado, con cuidadito, se le acercó
-          ¿Por qué lloras niñita? – le peguntó inclinando la cabeza. Pero le respondió y siguió llorando. “Tal vez la niña no hablaba vizcachez”, pensó la vizcacha, y muy presurosa corrió todo lo rápido que le dieron las patitas hasta que vio a un gran cóndor que parecía amigable y le contó sobre la niña del manantial.
El cóndor, que era un abuelito de muchos pichones y con experiencia en polluelos pensó que tal vez él podría ayudar.
-          ¿Qué te pasa wawita? – preguntó el cóndor cuando llego a su lado, pero la wawita no se movió y siguió llorando. El cóndor abrió sus alas y lució sus hermosas plumas tratando de animar a la niña, incluso le regaló una, pero eso no detuvo su llanto. – debe ser cosa de cachorros – le dijo el cóndor a la vizcacha – conozco a alguien que puede ayudar. – y levantando vuelo surcó los cielos hasta llegar a donde no se ha visto a un cóndor en mucho tiempo y pronto estuvo de regreso con una zorrita ente sus garras.
-           ¿Qué te pasa churre? – le preguntó la zorrita levantando las orejas. Pero la niña siguió llorando. Entonces la zorrita le lamió la cara, la cabeza y las manos. Se acurrucó junto a ella acompañando a la niña hasta que finalmente la pequeña se durmió, aunque no dejó de llorar.


Cuando la niña despertó, se vio rodeada de la zorrita, la vizcacha y el cóndor que dormían acurrucados con ella y se sintió tan feliz de tener compañía y ser abrazada tan rico que sonrió y  dejó de llorar. Y desde ese día, el manantial dejó de dar agua.

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