1.
Raymi, el cuy y el collar brillante
Hace algún tiempo, en algún lugar del Perú, vivió Raymi. Un
perro sin pelo. Pelado de la cabeza a la
cola, gris como la ceniza y juguetón como él solo. Raymi era querido por todos los que lo conocían y
era un perro feliz.
Una tarde, cuando descansaba a la sombra de un gran árbol,
escucho un grito angustiado de la casa vecina. Presuroso corrió buscando a la
dueña de la voz. Colla, niña de la casa,
buscaba con insistencia algo, desordenando todo a su paso –¡No está! –
exclamaba volviendo a buscar en la habitación.
-
¡Oh Raymi! – corrió a abrazarlo cuando lo vio
entrar a su cuarto – no encuentro el collar especial que me dio mi papá – lloró
- quería usarlo para su cumpleaños. ¿Puedes ayudarme?
Raymi miró a la niña y asintió con la cabeza. Levantó la
nariz y olfateó el aire recorriendo el lugar y salió corriendo siguiendo el
rastro del objeto.
Recorrio las calles y las plazas de la cuidad buscando y
buscando. Pasó por los parques y el mercado, y colegios pero los olores lo
confundieron y no encontró nada. Triste, se sentó a pensar. Tal vez le había
faltado buscar en algún lugar de la ciudad.
Estaba tan concentrado en sus pensamientos que no notó al
pequeño animalito que se sentó junto a él.
-
¿Por qué tan triste?, ¡cuy! – preguntó el cuyo
curioso. Y Raymi le contó sobre el objeto perdido que no podía encontrar. – ¡Yo sé dónde está! ¡cuy! – dijo el cuyo con
entusiasmo – ¡Vi quien entró en la casa sin permiso! ¡cuy! ¡Se fue por aquí!
-
¡Espera! –le detuvo Raymi y lo tomo por el
cuello – Hay que llamar a la policía – dijo corriendo a la comisaria. Allí
reunió a los policías y soltó al cuy quien salió corriendo.
Todos en la ciudad vieron a los policías corriendo detrás de
un perro que corría detrás de un cuy y todos vieron como entraron a una casa
desde donde se escucharon ladridos, gritos y chillidos de ¡cuy! ¡cuy!.
Cuando el alboroto se calmó, la policía tenía al ladrón y
Raymi llevaba un cuy en el lomo y un collar en la boca, el cual entregó a su
dueña. Colla estaba tan feliz de haber recuperado su collar que le dio una
montaña de alfalfa al cuy y desde ese día, los dos se convirtieron en muy
buenos amigos.
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